7/2/18

Mi nombre no era comercial


Carlos José Pérez de la Riestra (es decir, Charlo), atribuye su cadena de triunfos a un motivo básico: él afirma que "Dios me tocó con la mano, alguna vez". Quienes lo reconocen como cantor, autor, intérprete y productor, entre tantas otras cosas, admiten que, además de su inquebrantable fe, hay natas condiciones que lo llevan a ocupar el sitial que merece, dentro de la historia. Por supuesto, su vocación se inició desde la primera infancia, en Puán...

-- Lo primero que toqué fue el violín, de oído. Después fue la guitarra. Luego, chapurreaba –más bien destrozaba- el piano, que era el instrumento estudiado por mis hermanas mayores. Fue así como me hicieron estudiar a mí también. A los ocho años, mi profesor -yo estudiaba en el Conservatorio Santa Cecilia, de Puán- le dijo a mi padre que tenía que prepararme para dar tercer año... Allí seguí hasta que terminé la escuela primaria, a los diez años. Entonces me mandaron a un internado de La Plata, a estudiar el secundario. Hasta ese entonces no tenía ninguna relación con el tango porque los gustos infantiles, se entiende, no se pueden determinar. Pero, una vez en La Plata, nos hacíamos escapadas a Buenos Aires los fines de semana, con un grupo de compañeros. Empecé a ir a la radio, a interesarme por cantar. Llegó mi oportunidad en una fiesta de fin de curso, en el cine General Belgrano de la calle Cabildo. Yo acompañé con el piano. Allí estaban presentes los dueños de Radio Cultura, los señores Del Ponte y De Bari. Y me invitaron a mí, junto con otro muchacho, para actuar en su emisora. La acogida no pudo ser más favorable: comenzaron a recibir llamados telefónicos, y tuvimos que actuar más periódicamente. Hasta llegaron a programarnos.

-- Pero usted estaba en La Plata...
-- Sí, pero allí solo estuve tres años. Es que también me llamaron para grabar unos discos y para actuar en teatro, como primera figura. Realmente tuve fortuna: enseguida debute en el Teatro Comedia, en una revista. Fue en 1926, yo ya estudiaba en Buenos Aires y daba libre en el internado de La Plata. En la obra, cuyo nombre no recuerdo, estrené mis dos primeros temas el tango Pinta Brava y el fox Pim, Pum Rataplán, en el cual me acompañaba en el piano y con las chicas del coro. Era el único tema de la obra que se bisaba. Allí tuve mi primera frustración: yo anhelaba que se bisara el tango, pero lo que hacía furor era el fox. Lo escuchaba tanto, que le tome fastidio y lo "castigué": nunca lo edité. A la vez, hice algunos discos para el sello "Electra". Su dueño, el señor Améndola, me había escuchado en una reunión y me dio entera libertad para grabar lo que quisiera. Hice una prueba, unos ensayos y grabé unos diez temas.


-- Una cosa detrás de la otra.
-- Realmente sí. Cuando terminó la temporada en el Comedia, dio la casualidad de que se enfermó Azucena Maizani, primera figura en el Hippodrome, que estaba a una cuadra del Comedia. El propietario de teatro, don Vicente Rey, me requirió para que la reemplazara. En principio no me animé: Azucena era ya una figura consagrada. Pero, tanto me insistieron que acepté. Y me quedé con la duda de lo que haría. En esos días me llego una letra de un muchacho uruguayo. Como tenía que aprenderla el mismo día del debut, no tuve mejor ocurrencia que pegarla con chinches en el atril del piano. Así estrené "Pato", la obra de Ramón Collazo. Estuve una semana, hasta que la Maizani se repuso y volvió.

Enseguida surgió la ocasión de grabar para Victor y para Odeón. Vino a verme Mauricio Godard a la radio, en donde seguía actuando, y me ofreció trabajar en Disco Nacional. En ese momento, la orquesta de Canaro se había fusionado con la de Firpo para una tournée, en la cual promocionaban los discos. Debuté con ellos, casualmente, en el cine General Belgrano. A la vez Juan Carlos Casas, director de la Victor, me dio dos letras para hacer dos tangos. Una era "Costurerita" de Celedonio Flores, la otra "Pobre varón", de Brancatti. Me daba vergüenza figurar en todos lados, entonces cuando grabé ambos temas, en la etiqueta me hice poner "Carlos Pérez", como autor.

-- Entonces, ya se lo conocía como Charlo...
-- Sí. Todo surgió en Radio Cultura. Enrique Del Ponte, quien como dije era el director, me sugirió cambiarme el nombre, porque era demasiado largo. "¿No te gustaría Charlo?", me preguntó un día. Yo dije que sí enseguida. No por el nombre, ya que me daba lo mismo, sino porque no quería que mi familia se enterara. Para ese entonces ya nos habíamos radicado en Buenos Aires y yo tenía que seguir mis estudios.

-- Pero se enteraron...
-- Inevitablemente. Estuve por recibirme de abogado, pero dejé la carrera. Mi padre me enfrentó, y me dijo: "O te inscribís en la facultad, o te olvidás de que ésta es tu casa". Yo hacía bastante tiempo que había abandonado la carrera. Ahora pienso que mi padre fue muy blando, que me dejó hacer lo que quería. Son cosas irreparables, yo me hubiera recibido muy pronto. Pero estoy muy feliz de haber tomado este Camino, no me arrepiento. Si tuviera que empezar nuevamente, volvería a hacerlo.



-- ¿Cómo llegó a Odeón?
-- Con Roberto Firpo habíamos grabado unos discos, que nunca salieron a la venta. Al poco tiempo, Miguel Bucino vino a buscarme al Teatro Porteño, para decirme que Canaro quería grabar conmigo. Comencé a grabar estribillos con él: me pagaban 30 pesos por cada uno, pero no me anunciaban. A la vez, Canaro me acompañaba en lo que yo grababa. También me solicitó Lomuto, amigo de Canaro y hombre de la empresa.

-- Una actividad ciertamente sacrificada...
-- Demasiado. Yo ensayaba todos los días, cinco horas. Pero mi actividad comenzaba a las 8 de la mañana: en la terraza de mi casa hacia gimnasia diariamente Luego venía a casa mi profesor de canto, Enrico Castronuovo. Grababa con Canaro, con Lomuto y como solista. Tenía radio tres veces por semana. Hacía fines de fiesta en dos o tres cines, en dos secciones. Era muy difícil que me encontraran fuera de mi casa después de la 1. En 1929, me llamaron del Uruguay para inaugurar el cine Rex, de la cadena de Max Glücksmann. Cuando llegue a Montevideo, Eduardo Messutti, jefe de prensa de Odeón, quien tenía un hijo empresario del Teatro 18 de Julio, me solicitó que me presentara allí. En ese momento estaba la compañía de Antonio de Bassi, y estaban atravesando un mal momento. La cuestión es que actué allí, antes del Rex, y con tal éxito que, según tengo entendido, la Compañía recuperó sus pérdidas. Hay que sumarle a toda esa actividad los concursos de Glücksmann. En el mismo día se abrían los sobres, la orquesta lo ejecutaba y yo debía estudiar letra y música...  Demasiado. Todo se sumó para que sobreviniera un surmenage.

-- ¿Cómo salió de tal situación?
-- Yo nunca me di cuenta de que tenía los nervios destrozados, hasta que comencé a practicar esgrima. Enrique Lupiz, quien venía a verme a la radio, se propuso hacer de mi otra persona. Gracias a él, y al deporte, en tres meses cambió totalmente.

-- Hablemos de cine...
-- En 1935 me llamaron de Argentina Sono Film para cantar un tango en "El alma del bandoneón". Al año filmé "Puerto Nuevo". Con éste comenzaron a conocerme en toda Latinoamérica. Viajé mucho, y siempre con éxito. En Chile, donde debía quedarme un mes, estuve cuatro meses y medio. En Cuba estuve nueve meses. En Venezuela también tuve éxito. Sólo no pude actuar en Nueva York: estuve seis meses separado de mis músicos. En aquel momento, en Estados Unidos había 80.000 músicos inactivos. Mis guitarristas quedaron "confinados" en Eli Island, una isla donde se alojaban todos los artistas desocupados. Cuando pude sacarlos de allí, después de seis meses de gestiones, mi apoderado, José Razzano, me había conseguido un contrato en Buenos Aires. Y así, por suerte, pudimos volvernos... 

El calendario recorre furiosamente el tiempo. Pasamos por alto la etapa de Radio Belgrano, con Vardaro-Demare en 1939. Los viajes por todo el Mundo. Sus triunfos en Portugal, España, Colombia. Y nos quedamos con un nombre, inevitable en el momento en que nos disponemos a pedirle una última definición...

-- Nunca quise escuchar a Gardel. Porque era el cantor que más me gustaba. Si lo hubiera escuchado, hubiera seguido por su camino. Y como tenía la convicción de que nunca lo hubiera hecho mejor que el mismo, decidí no escucharlo para formar mi propia personalidad, que creo lo más importante en un artista. Seguir la huella de Gardel es uno de los errores que en mi vida nunca cometí.

Le creemos.

(en Tango-100 Años de Historia)

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