28/8/17

El Polaco por dentro

Por Jorge Boccanera
(en Magazin Dominical)

El niño de pantalones cortos entorna los párpados y engola la voz, para que el tango que está cantando rebote contra las paredes del baño y se pierda afuera, cerca de la pileta donde Marielena sigue lavando ropa. La carita del niño sale del baño y con la mirada le pregunta a la madre si le gustó; ella mueve la cabeza en un bamboleo que aprueba y desaprueba. Entonces el niño sale a la calle a juntar chapitas de cerveza para formar ejércitos o para jugar a la biyarda, ese béisbol criollo que para él será siempre un invento argentino.

Ahora el cantor está frente a un micrófono, de pie, y entre los rostros esfumados del público cree ver nuevamente a Marielena y mientras la orquesta avanza los primeros compases recuerda que a ella no le gustaba que le digan mama. Solía decir casi enojada: "mama, el ternero a la vaca". Le agradaba el mamá. Piensa en su viudez tan joven, en su trabajo de parar la olla "con las manos cortadas de lavar la ropa", en su filosofía, en su fuerza para salir adelante. Y aunque la orquesta viene en malón sobre el inicio de algún tango, el cantor se demora en los ojos de Marielena: "Sí, así como suena, todo junto".

Para Goyeneche, su madre "era una persona que aunque no había tenido tiempo de estudiar, era muy inteligente. ¡Decía cada cosa mi Vieja! Un día mientras lavaba le pregunté por qué había algunos tipos tan ignorantes y me dijo: 'Sabés qué pasa, nene, cuando Dios hizo al hombre tenía diez cajas encefálicas abiertas y solamente seis cerebros. Puso hasta que le alcanzó, después rellenó con una media, un gabán, una muela, un perro, qué se yo, cualquier cosa', ¡Esa era mi Vieja! Se murieron los dos siendo yo muy pibe. Te voy a decir que a mí la vida me dio besos pero también muchos cachetazos. Ahora me dio un vuelto, una nieta que se llama Lorena. En una familia de diez generaciones de varones, es la locura. Tiene siete años y quiere bailar tango con Carlos Copes. Y yo, le digo mientras ensaya: no, los pasos son más lentos y le digo no, la manito al revés porque vos sos mujer".

El niño de pantalones cortos en un ademán sobreactuado se lleva la mano al corazón y termina de entonar otro tango. ¡Era hora! Parece decir el gesto de su madre que le pide algunos mandados. Y él sale silbando. Podría hacer todo más rápido si comprase en el almacén Don Blanco de la esquina de su casa, pero ahí la lata de aceite de cinco litros cuesta un peso con cinco centavos, en cambio enfila lejos, para Monroe y Crámer o Las Grandes Tiendas Argentinas donde podrá comprar la misma lata por sólo un peso.

La orquesta detrás del cantor es una nube oscura nena de relámpagos y truenos. El adelanta el cuerpo y estira apenas los brazos como para barajar algo que cae. Es Ringo Bonavena que luego de un respiro saluda a su amigo, el cantor, y vuelve al ring.

"No, no éramos amigos, éramos hermanos. Era un chico grande. Yo vi como diez veces la pelea con Clay y no me vas a decir que el negro resbaló. ¡Le encajó un piñón! Si Natalio lo apura lo saca a la mierda. Pero escuchame ¿acaso no lo tiró tres veces a Frazer que era campeón del mundo? Se muere la gente buena, se murió Pichuco, Barquina, Homero Expósito, Catulín, la mala se queda ahí, embromando". (Es poco sabido que el tío del boxeador, Antonio Bonavena, dirigía en los cuarenta una agrupación musical que acompañó a Roberto Rufino en el Petit Café).

Roberto tiene 14 años y trabaja en una oficina jurídica en Paraguay 1591. El abogado Salvador Julio Rotman le entrega una dirección y unas indicaciones, mientras él asiente columpiando el mentón flaco. Cada mes recibe el sobre con el sueldo y se lo entrega a Marielena ("así como suena, todo junto"). Va a comenzar la época de oro del tango.
El cantor se jacta de recordar todavía el nombre del abogado y la dirección, en tanto conversa con sus amigos en la ronda obligada del café San Quintín, en avenida del Tejar y Tamborini. Cerca de la casa donde quizá su padre, Emilio Roberto, escribió Pompas, el tango que grabó Gardel. Un tío suyo. otro Roberto ("porque mi abuela tenía los rayes de los Robertos") es el autor de Pompas de jabón. El cantor se queja de la confusión frecuente entre ambos autores siendo que él -díce- se ha encargado de explicarlo en numerosas entrevistas. Pero el enojo se troca en ira cuando recuerda tangos que le suenan dentro del absurdo, como ese personaje que le pide al portero "suba y dígale a esa ingrata" sin atreverse a encararla él mismo; "o ese otro del tigre Millán, picado de viruela, bastante morocho, que dice que nunca fue correspondido y ella al fin lo traicionó. Pero si nunca fuiste correspondido, cómo te van a traicíonar?".

El pibe tiene 16 y calza los largos. Corre el año 42, el de Malena, de Manzi; Gricel, de José María Contursi; Uno, de Discépolo; es también el año de la irrupción fuerte de Homero Expósito, ese zaratense nacido en Campana que llegaba empatotado con Stampone, Pontíer, Francini, y que para el haber anotaba Pedacito de cielo. Al compás del corazón, Azabache y Tristezas de la calle Corrientes. Un poeta tanguero que tenía bien masticado a Paul Eluard, André Breton y Ortega y Gasset, entre sus muchas y diversas lecturas. 

El pibe cumplió los 16 y su sueño de cantar se cumple. Así que después de convencer a Marielena de que lo autorice, y con una orden del juez, comienza en un cabaret con la orquesta de Raúl Kaplún. La noche del debut tiene el pecho agitado y un jopo sobre la frente que no se queda quieto. Después se apura por llegar a casa y contarle todo a Manielena, presintiendo que aquello que había comenzado esa noche no iba a detenerse jamás: "Hacía tres salidas y luego me metía en una pieza con una gaseosa y un sánguche. Al finalizar, el mismo Kaplún me acompañaba al tranvía, hasta el Correo Central y en Saavedra me esperaba mi mamá. Después de Kaplún ella murió. Yo no quería cantar más". Pero las heridas cicatrizan y la vocación es más fuerte. "Yo hice de todo, viejo, trabajé de colectivero, en el taxímetro, en los camiones, en los micros. Pero mi pensamiento fue siempre cantar tangos. Si yo no hubiese cantado tangos, me hubiese gustado cantar tangos. Lo tomé con cariño porque amo al tango. Y mirá qué pedante soy, yo creo que el tango me quiere a mí, ¿sabés por qué? Porque en algunos tangos me dice despacito 'gracias'. Ahora, en otros me pega patadas", se jacta entre risas y con unas manos que no dejan de gesticular.

El cantor flexiona las piernas y alarga un dedo tembloroso, como si fuese a tocar un teclado a punto de derrumbarse, un instrumento que nadie ve. Acaricia el aire para poner en marcha una historia que llega con olores y texturas, mientras tiende cada palabra en el alambre del sentimiento como hacia Marielena con la ropa limpia. El cantor dice que "Margo ha vuelto a la ciudad/ con el tango más amargo/ su cansancío fue tan largo/ que el cansancio pudo más". Hacia el final, el artista pone el cuerpo para contener todo ese universo que puso a girar hace un instante, golpea el suelo con el zapato y la historia se apaga.

"Homero fue el genio que le faltó al mundo. Era un hombre que hablaba con comas y puntos y decía cosas entendibles, por ejemplo, cuando escribe: 'Era más blanda que el agua, que el agua blanda' ¿acaso no existe el agua dura?, el hielo es agua dura. Y me hizo Afiches. Naranjo en flor, Chau no va más. Antes que Homero me enloqueció Le Pera que nunca habló mal de la mujer sino que la enaltecía. El mismo se echaba la culpa de todas las cosas, como aquel que dice Cristo llevó demasiado la cruz, vamos a cargarla un poco nosotros. También quiero hablar de un genio, el único hombre que me acuerdo que supero a su padre, José María Contursi, porque el padre hizo Mi noche triste, que es linda, pero si vamos a enumerar los temas de 'Catunga' Contursi, qué querés que te diga ¡Rebalsaron la copa de la verdad!

Te estoy copiando, perdoname Homero querido (esta última frase en voz baja). Homero es una barbaridad cuando dice: 'te arreglás el dolor después de sollozar' o 'tú compras el carmín y el pote de rubor que tiembla en tus mejillas/ y ojeras con verdín para llenar de amor tu máscara de arcilla'. ¡Qué hijo de puta! ¡Dios te bendiga, Homero querido! No, no, mirá, se me paran los pelos. Cuando dijo 'tu forma de partir nos dio la sensacíón de un arco de violín clavado en un gorrión'. En Oyeme, no faltó quién le preguntara qué era eso. ¡Qué analfabeto! Explicó que se había muerto un amigo suyo (se refiere a Horacio Francini, hermano de Enrique Mario fallecido a los 21 años) que había estado un rato antes con él. Murió un amigo mío -dijo- y tuve ganas de comerme un colectivo. Mirá lo que escribió. Destacámelo, quiero que desde el cielo se acuerde de mí".

Goyeneche encontró en el poeta las imágenes que sentía latir dentro suyo, mientras que Expósito halló en el cantor alguien que pudo recrear, interpretar su universo sentimental, su expresividad. Porque al cantor le interesa mucho la letra: "Y cuando la música no corresponde digo ¡Qué ca..., qué macana! ¡Qué desperdicio!". Más que nadie supo el cantor decir las letras de Homero, esa "eficacia contextual, orgánica, echa de letra y música", según Juan Sasturain quien además apuntó la presencia de rimas internas la cadencia y todo aquello que en Expósito "favorece el fraseo armonioso, pegado como una segunda piel a la melodía".

Goyeneche hace posible la mirada que sobre el tiempo tiene el poeta; pone en evidencia el estado de pérdida que atraviesa todo el texto, un dolor sin los soportes de la culpa ni la posibilidad de reeditar lo vivido. El cantor nombra entonces toda una secuencia de matices que va de ese estado de pérdida al "milagro" de amar otra vez .

En el año 47 el pibe es todo un profesional. Su estilo, su fraseo, es muy personal. Ese año gana un certamen de nuevos valores convocado por el club Federal Argentinos y no puede dejar de pensar en Marielena al recibir la copa plateada que alguien le acerca junto al diploma correspondiente. Siguen años duros en los cuales alternará su vocación con su oficio de chofer, hasta integrarse a la orquesta de Horacio Salgán: "Estuve nueve años, comencé por el 49. Salgán es el genio del piano. De lo que hace él, nadie. Porque vos hablás de que fulano es buen pianista, buena persona, pero como Salgán, cuidado. Es el inventor. Yo era en la orquesta un instrumento más. Eso se percibe poco a poco en las grabaciones porque antes se grababa derecho, todos juntos, ahora graba la orquesta y se va, el cantor lo hace después. Con Salgán fue mi perfeccionamiento, cantar con él no te creas que es fácil, es muy difícil, hace un ¡tanl y tenés que entrar justo ahí. No es como el gordo Pichuco que entrabas donde querías y te empujaba, te pateaba. Después de haber cantado con el Gordo y Salgán, no querés más. Canté con Federico, con Baffa, con Berlingheri, con Pontier, con Stampone, ¡qué querés de mi vida!

Hay temas que no los canté más, como Carrusel o aquel de 'recién lo comprendo/ tengo tibio el hombro de tu pelo manso madurado a besos …', porque no hay orquestación, no hay arreglos y hoy un arreglo cuesta mucho dinero, un arreglo para quinteto te digo, imagínate uno para orquesta. Eso desapareció, estaba grabado en Montevideo, Federico Silva, Tamar. ¡Qué grande, Dios mío! Tamar es de Berlingheri, imaginate que él vive de esto y no puedo ir a pedirle un arreglo porque sé que no me va a cobrar ".

A Goyeneche le importa la letra: "Comprendo el drama del poeta. Así entendí la filosofía de Homero, que como dije hablaba con puntos y comas. Yo tengo 62 años y recién me entero que el tango dice 'te acordás Milonguita vos eras' porque toda la vida escuché 'te acordás Milonguita voseras'. Hay tipos que no se detienen a pensar la letra, les interesa solamente colocar la ¡voooooooz! El tango es otra cosa, hay cantantes que son solamente plin plin plin, hay mucho de eso. El último disco que hice (se refiere a El PoIaco por dentro) con arreglos de cuerda de Carlos Franzetti y poca intervención bandoneonístíca, fue grabado con 55 músicos del Colón y algunos no lo entendieron porque esperaban el chán-chán, porque para esos tipos si no es así, no es tango.

El cantor sabe que la vida es ese disco negro que gira enloquecido, un agujero absurdo que reparte naufragios, Ia púa perforándole el cuore. Y mientras canta abriendo los brazos como formulando una pregunta que no cabe en el cuerpo, ve pasar a Troilo, a Barquina, sus amigos de siempre: "¿Viste alguna película del Gordo Pichuco"? La cuna de genio se le nota hasta en la manera de sentarse. Él se desabrochaba el saco, se sentaba, si venía una dama se levantaba, se abrochaba el saco, eso es un señorito nato, eso es enseñar a vivir, a respetar, a querer. El orgullo mío es haberme formado con esa gente. Barquina, Barquinazo, venía todos los días al cabaret; yo le canté Barquina cantor de mi barrio."

Tiene 30 años. El pibe y el artista son uno. Aquel que canta en la orquesta de Troilo junto a Angel Cárdenas, el intérprete de motivos criollos que lo rotuló para siempre con el apodo de "Polaco". Corre el año 56. Goyeneche se integra a la formación musical de Troilo y graba 51 versiones antes de abandonarla a mediados del 64 para seguir como solista. Cuatro años después ya es ampliamente conocido como uno -sí no el primero- de los mejores intérpretes de la canción ciudadana. "Goyeneche es la mejor voz del tango" es el título de una nota que Hipólito J. Paz le dedica por esos días en la revista Confirmado.

Goyeneche canta hasta con las manos en un lugar que se hace costumbre para los amantes del género, el Caño 14. Desde allí muerde las ve, pone énfasis en lo que cuenta, se repliega en las pausas, susurra tras la hojarasca de sus manos, arrastra las erres, se concentra y vuelve a colocar las palabras en el tendedero del sentimiento. Para Horacio Salas, Goyeneche canta aun con los silencios: "Su personalidad fabrica climas, como si estableciera previamente el decorado, el ambiente en el que se desarrolla cada situación narrativa", para añadir que "él creó una manera, un acento, un estilo de cantar como si inventara cada tango o -lo que es lo mismo- como si cada tango lo inventara a él". Cuando le comento esa última opinión en una mesa del San Quintín en su barrio de Saavedra asiente y lo comunica con entusiasmo a los amigos que están detrás de barra: "Mirá che, escuchen esto!"

El cantor tiene un micrófono que oscila como un péndulo como si le quemara pasa de una mano a la otra, pero las que queman son las palabras que pujan por salir y que dicen que "primero hay que saber sufrir, después amar, después partir y al fin andar sin sentimiento", esa letra de Homero que hay que glosar, desglosar delicadamente. La voz del Polaco lo hace posible y cree ver pasar un camello por el ojo de una aguja, porque ¿cuántos cantores no habrían hecho un sustancioso puré con los versos de Expósito?

"A mí siempre me interesó el cantor, te nombro por ejemplo uno que no canta más, ¿por qué? porque se descuidó, se llamaba Jorge Durán, escúchalo. La voz era un cañonazo, pero tenía un lomo así (abre los brazos desmesuradamente), imaginate que tenés más reservas físicas, más polenta. Después, todos los cantores son iguales para mí... no me hagas hablar. Rufino, ¡qué cantor! No, los que dicen que el tanguero está clavado en el tiempo se equivocan; Rubén Juárez hace temas nuevos porque María, Malena y Garúa, fueron nuevos en un tiempo y había que darlos a conocer. Él tiene una idea que yo respeto y lo admiro y lo quiero mucho porque es un cantor de la pucha que lo tiró. Me dijo: 'Polaco, dejá que yo hago lo mío, ya lo van a conocer'. Y tiene mucha razón, hay que evolucionar.

Cuando yo dije hace mucho que me gustaban Los Beatles y Rolling Stones, me tiraron piedras. Pero si todos los pibes de ahora... Nito Mestre, Baglietto, Lerner, Fito Páez... qué rico es Fito. A Charlie (García) también lo vi. Me dicen maestro y yo les digo ¿cómo maestro? ¡Ustedes son los taquilleros! También me gusta Sinatra y todavía más Tony Benet. Siempre me gustó el cantor, no el plin, plin. Yo iba a ver al chansonnier no al cantante, al diseur iba a ver".

Goyeneche está envuelto ya en los papeles de la noche, enredado en el humo de la conversa, nadando entre las sombras de la canción, porque la noche es acaso el cielo del tango y cada noche él traspapela a María para encontrarla dentro de una lámpara que se llama fueye. Y la orquesta es una polvareda en esa carrera donde todos los pingos están cabeza a cabeza. Un ámbito sobrio donde no falta el toque humorístico como cuando un cantor aficionado doblegó la paciencia de Troilo, quien accedió a escuchar una de sus interpretaciones. Pero después de anunciar el tema Tinta roja el cantor se despachó con un largo "paredón" y de inmediato Troilo lo envió sin escalas a las intimidades de su hermana: "Otra vez hicimos una gira como diez cantores. Mi señora me ponía un alfiler de gancho para sujetar los pantalones en la percha. Pasó que yo lo tenía así, sin darme cuenta, entre los dedos, y uno de esos cantores preguntó para qué llevaba aquel alfiler. Ni lerdo ni perezoso alguien le dijo, confidencialmente, que sin eso yo no podía cantar, que era una especie de cábala. Después subió a cantar Floreal y me lo pidió prestado, subió Marino y me lo pidió, así todos hasta que el tipo al que le habían vendido el verso dijo '¡paren viejo, a ver si se lo pierden y el Polaco no puede cantar nunca más!' 

Los cantores son muy supersticiosos, hay tangos que no se pueden cantar (se vuelve hacia sus amigos que siguen en la barra del bar). ¡Y estos pelotudos me joden con eso! No se puede nombrar a la bicha ésa... el ofidio. Pero yo no llevo ningún amuleto, llevo nomás mi virgencita de París, de Notre Dame. Le dije, perdoname que sea absolutista, usted es mi virgencita. ¡Y no sabés cuánto me ha cumplido! ¡Milagros! A veces sueño que me toca la cabeza y me dice llevame siempre con vos".

El cantor se hamaca, su voz pastosa trastabilla para decirnos a todos, a cada uno, que "parece un pozo de sombras la noche". Nuevamente alarga un dedo hacia un teclado que él sólo puede ver. Muchos se preguntan desde dónde canta este tipo flaco que se dibuja o desdibuja según el polvo de su voz; desde qué lugares nos habla. Y vamos a buscarlo tras los armarios, bajo la cama, adentro de la cañería del agua, en el reverso de los retratos que cuelgan de la pared. ¿Desde dónde? ¿Desde la noche?; "De la noche podría hablar mucho, pero del día no. A mí el sol me hace mal, yo soy amigo de la luna. La noche te enseña qué es lo bueno. Vos estás a mitad de cuadra y la noche te indica: agarrá para el lado bueno que vas a andar derecho, respetá al amigo grande que es el que te va a aconsejar bien. Hay gente que cree que fulano o mengano son atorrantes porque salen de noche. ¡Pero sale porque no tiene sueño! Hay que tener patente para ser atorrante, hay que hacerse amigo de la noche, que ella te cobije".

Goyeneche está volcado sobre una mesa llena de papeles. Son letras de tango. Resulta raro que nunca haya intentado una propia, aunque admite sí tener una buena guía melódica y amenaza con musicalizar cualquier texto que se le alcance: "Piazzolla en la película Sur me trajo un texto hoy para grabarlo mañana. ¿Y cómo es? Y lo grabé. Después le dije que le había cambiado una nota y me contestó: si lo cambiaste vos, entonces está bien. ¡Astor-Pia-zzo-lla!".+

El cantor estuvo alguna vez en un programa de televisión cantando Sabor a mí, pero el asunto fue verdaderamente una excepción: "No. nunca canté otra cosa que tangos, salvo en aquella audición un poco en joda… tanto tiempo disfrutamos este amor... el bolero me gusta. Mirá, hay un bolero que se llama Hilos de lluvia que dice (vuelve a cantar) mordíéndome los labios con los dientes, para no gritar tu nombre, así te vi partir, mis dedos con un dejo de impotencia se agitaban hacia ti, unido por los hilos de la lluvia fui un títere que grita entre las sombras... y en Ias sombras soy la sombra que te nombra... vuelve a mí, vuelve a mí, vuelve a mí, vuelve amor que sin ti comprendí qué triste es el silencio... sin tu amor, ¡qué amarga es la angustia cuando tú no estás! La mejor cancionista de boleros del mundo se llama Elena de Torres".

El cantor mira por la ventana del San Quintín, abstraído, ausente por un instante, escuchando quizá el rumor que viene de la calle o los ruidos de los vecinos, esos "cosos de al la'o" que en una letra de tango no dejan de hablar en voz alta, de reírse, de acercar sillas al centro de la habitación para formar una rueda. Alguien opina -arriesgando una metáfora del país- que sería lindo que las cosas fueran como en esa casa y el cantor asiente y arguye que esos vecinos "están de fiesta porque sí, porque volvió la piba que se había rajado y que además trajo un purrete. ¡Pero Dios los bendiga, viejo!

Antes de dejar la mesa del bar, Goyeneche habla de algunos programas televisivos de tango y señala sus preferencias, aunque en general ve la cosa floja y larga una pregunta: "¿Cómo hacían antes, cuando no había televisión, para aburrirse?" y no para de reírse. El humor se prolonga cuando habla de su inminente gira por Japón, la primera a ese país donde tanto gustan de la música de Buenos Aires: "Voy por primera vez, son muchas horas de vuelo. Una vez le dijeron a Pichuco por qué no iba a Japón y contestó que para qué iba a ir si allá no conocía a nadie".

Salimos del bar San Quintín y en la calle todavía se hilvanan algunas frases entre el cantor y el cronista…
- ¿Vos te escuchas, Roberto? ¿En qué tangos?
- Los temas que me gusta los escucho, sí, Afiches, Maquillaje, Naranjo en flor, me escucho con Troilo, con Salgán, con Atilio Stampone…
- ¿Por qué los demás cantores no hacen ese repertorio?
- No los cantan. Stampone me dice: vos me lo hacés y no me lo canta más nadie.
Es un piropo que te dice un amigo.



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