18/8/16

De Temáticas e Inspiraciones - Roberto Selles

El Barrio

Seguramente, no hay escritor ni hombre de tango que no se haya referido al barrio. Es que está vinculado con sus recuerdos más caros, con sus afectos más íntimos, con sus memorias más secretas. Sí: el barrio tiene mucho que ver con el tango. Por lo menos tienen muchos puntos afectivos en común. El sentimentalismo, la sensiblería, las amistades, los amores...

Como un simple homenaje, los poetas del tango dedicaron, a través de sus obras, un mensaje de evocación al barrio. Algunos de ellos lo individualizaron, lo nombraron y le dieron un marco concreto.

Pero el tema que se trata en esta ocasión no toca ése, sino el barrio idealizado, el barrio no identificado, que sólo existe a través de la imaginación. El género requiere cierto lirismo poético, virtud que no muchos pueden esgrimir. De allí que cualesquiera de los escritores que trata esta compilación deben acreditar méritos suficientes para salir airosos en sus composiciones.

Tal vez la primera nominación del barrio en un tango, haya sido en "Callecita de mi barrio", obra compuesta en 1925 con letra del periodista Enrique P. Maroni y música de Alberto Laporte y Otelo Gasparini. El tema refiere la remanida historia de la muchacha que dejó el suburbio para llegarse al centro. Ella reconoce la influencia y el magnetismo de sus callecitas, como bien lo expresan sus versos. "Hoy que me siento bacana / y ando a golpes con la suerte / he vuelto aquí para verte / cortada mía del arrabal".

La protagonista, que debe volver al sitio donde se desenvuelve, desprende en su mensaje toda su tristeza: "Callecita de mi barrio / para todos siempre amiga / la luz del centro me obliga / a despedirme para mi mal. / pero antes de la partida / y al campanearte serena / me voy llorando la pena / cortada mía del arrabal". Lo estrenó Azucena Maizani, en la revista "Listo el pollo", que se representaba en el teatro "San Martín".

Poco tiempo después, en 1926, nace "Barrio reo". La evocación sentimental de quien contempla su barrio desde la vejez, después de ser golpeado por las vueltas de la vida, se ve claramente observada en la página del por entonces novel cantor Roberto Fugazot, quien le puso música a los versos de Alfredo Navarrine. El tema está dedicado a una zona modesta de Montevideo, el barrio Reus, fundada por un catalán apellidado de tal forma. "Viejo barrio de mi ensueño / el de ranchitos iguales, / como a vos los vendavales, / a mí me azotó el dolor...".

Una sola frase señala con dolor los desencantos del protagonista, que siente la necesidad de referirse al barrio como si fuera su único amor verdadero: "treinta años y mirá... mirá que viejo estoy".

En "Barrio viejo" los versos son de tal lirismo romántico, que más que una queja o una evocación nostálgica es un canto a la alegre recordación, cantada sin dolor ni pesares. "Quiero que sepas que no puedo vivir / lejos de tus calles cubiertas de sol, / porque el esplendor que siempre hay en ti / me hace revivir tu amor...".

Sentimiento, reciedumbre, guapeza y amor -el eterno tema que flota en todas las composiciones- se aúnan en "Melodía de arrabal", donde se le canta al barrio evocativamente. El mismo tema tiene estrecha relación con el filme homónimo, en donde es la estrella Carlos Gardel, a la vez autor de la música. "Barrio plateado por la luna, / rumores de milonga es toda tu fortuna...".

No pueden faltar en el cariñoso recuerdo de la barriada los personajes clásicos de la misma. "Cuna de taitas y cantores, / de broncas y entreveros, / de todos mis amores...".

Y hasta da nombres concretos: Rosa, la milonguita, la rubia Margot y la paica Rita que le dio al protagonista su amor en la primera cita.

El tema, inagotable por cierto, fue refrescado en la década del '40, cuando Vicente Belvedere, juntamente con Francisco García Jiménez, compusieron "Barrio pobre".
 
("Tango - 100 Años de Historia" – Ed. Perfil - Abril de 1992)

20/2/16

Alejandro Barletta - René Marino Rivero

En menos de veinticuatro meses, se nos han ido los dos más grandes artistas que la historia del bandoneón ha dado en sus ciento cincuenta años de vida: el argentino Alejandro Barletta (1925-2008) y el uruguayo René Marino Rivero (1935-2010).

Los nombres de estos dos grandísimos músicos eran prácticamente indivisibles y no sólo porque se trataba de maestro y alumno respectivamente, sino por una serie de factores que los amantes del bandoneón no pueden ignorar y que tendrán que servir de ejemplo si queremos que este instrumento un día pase a ocupar un lugar realmente prestigioso en el mundo de la música, tal como lo ocupa hoy la guitarra (¡¡¡basta ver toda la literatura que este hermoso instrumento ha podido obtener en los últimos cien años y el grado de perfección técnica que sus múltiples cultores han logrado!!!!).

Sí; no son pocos los factores que caracterizaban a estos dos extraordinarios músicos, uno en cada margen del Río de la Pata.

Creo que en lo personal me corresponde y es mi obligación como bandoneonista pionero en Europa desde el año 1980 en el uso del bandoneón no solo limitado al tango, como homenaje a estos dos eximios músicos, y por el bien del bandoneón mismo, que yo diga algo más de lo que he dicho hasta ahora sobre el instrumento y sus dos más grandes artistas.

El lector observará que no uso la denominación de bandoneonista tratándose de Barletta y Rivero. Lo hago expresamente por cuanto lo considero demasiado reductivo en base a la perspectiva artística que ellos supieron construir.

A Barletta lo conocí en agosto de 1975 durante un concierto suyo en Montevideo. Yo tenía entonces veinte años.

Fue en el teatro Odeón; estábamos casi todos los alumnos de Rivero, entre ellos el queridísimo Oscar Donato, recientemente fallecido, persona única: daba todo por el amigo. Esto lo viví gracias a él, por mucho tiempo, pude contar con un hermoso instrumento. Tampoco faltó nuestro "salvador" en los problemas de roturas del bandoneón, el gran Toto Bianco.

Si, allí estábamos todos de boca abierta escuchando la maravilla musical que era aquel hombre, pues Barletta no solo era un virtuoso -y aquí quisiera poner un acento-, sino que era también un músico admirablemente preparado y con una sensibilidad para los clásicos como Bach, Vivaldi, Frescobaldi, y tantos otros, que lo colocaban entre los más grandes intérpretes del siglo XX, ganándose la estima de los más reconocidos concertistas y compositores contemporáneos!!!

Al término, Rivero me presentó a Barletta y éste con un tono entre irónico y compasivo me dijo : "Ah! Es usted el joven virtuoso del cual Rivero me ha hablado?. Lo puedo escuchar?".

¡¡¡Qué emoción !!!

Estaba hablando con aquel hombre cuyo nombre había escuchado pronunciar en forma quasi fantasmagórica desde la edad de once años, cuando comencé a tocar en la Orquesta típica de mi querido primer gran Maestro: Oscar Raúl Pacheco.

La Orquesta de Pacheco contaba con excelentes músicos.

Yo me embelesaba escuchando a algunos de ellos tocar solos durante los intervalos, y dos por tres comentar acerca de grandes intérpretes. Sentía pronunciar nombres como Barletta, Jascha Heifetz, Arturo Toscanini, Andrés Segovia, Pablo Casals…

Un día quise saber quién era Barletta, y Pacheco, bandoneonista sensible y refinado, y hombre de una humildad ejemplar, me dijo: "el bandoneón en sus manos parece completamente otro instrumento, va más allá de lo que tú puedas imaginar. Yo lo escuché una vez tocar en Florida y puedo asegurarte que tal vez hubiera sido mejor que no lo escuchara: me di cuenta cuán lejos estaba yo de tocar el bandoneón”.

Y lo decía él, que era un gran bandoneonista!!!

Me gustaría que algunos jóvenes que hoy se compran un bandoneón cromático (ni siquiera el auténtico bandoneón que es bitónico y es el verdadero porque posee "su" timbre característico), aprendieran un poco de humildad a través de este ejemplo y dejaran de aburrir tocando fuera de estilo, o mejor dicho tratando de copiar las respiraciones del propio Piazzola, en una sola mano: "Oblivion" o "Libertango" continuamente.

Desde los trece años hasta los dieciocho yo trabajé como mozo en el famoso "Tango Bar" de Florida, mi ciudad natal, y contemporáneamente tocaba todos los sábados en la ya citada Orquesta de Pacheco, que, a pesar de que el tango estuviese desapareciendo de los bailes de los clubes sociales, aún trabajaba discretamente.

Era natural que no hubiera un joven que bailara el tango y es fácil imaginar cómo era visto yo, muchachito de doce años, tocando en una orquesta típica. ¡¡¡Qué vergüenza!!! Me sentía como "sapo de otro pozo"!!! Pero me gustaba tanto que lograba superar cualquier cosa, hasta las críticas humillantes de parte de los jóvenes y, sobre todo, de las muchachitas de mi edad...


Por ese entonces recuerdo que me gustaba muchísimo también otro gran músico uruguayo (bandoneonista y compositor) que yo escuchaba con gran devoción a través de Canal 5 (SODRE): Luis Di Matteo. Otro ejemplo de honestidad intelectual del cual Uruguay tendría que sentirse muy orgulloso.

Un día del año 1971 (a mis dieciséis) sentí a través del informativo radial la comunicación de: "Concierto de bandoneón por René Marino Rivero, en la sala de la Cultura de Florida".

Muchas cosas me sonaban como "notas equivocadas": ¿Qué significaba concierto de bandoneón? ¿Un bandoneón en la sala de la cultura?; lo veía como una cosa desubicada.
Y quien sería el “loco” que en un momento donde el bandoneón ya no se estudiaba, donde la gente joven reía del instrumento antiguo o del instrumento para la “música de viejos”, tenía el coraje de presentarse solo y encima sabiendo que Florida era una ciudad bastante provocadora en materia de arte popular y que contaba en bandoneón con un gran maestro como Pacheco y con el entonces joven Néstor Vaz (uno de los mas extraordinarios talentos del bandoneón que el Uruguay haya producido!!!) ¿Y qué significaba obras clásicas y contemporáneas en bandoneón en vez de tangos de Troilo, de Piazzolla , de Pugliese y otros?.
Todo el día lo pasé en ansias: sabía que por razones de horarios de trabajo era muy probable que yo no alcanzara a escuchar nada de este tal Rivero.

Llegué cuando faltaba una cuarta parte para terminar.
¡¡¡¡Me bastó !!!!!!!!!
Volví al "Tango Bar" no sé cómo.
Estaba sumamente confundido.
Decidí tomar un whisky para ver si me pasaba el estado de shock en el que me encontraba.
Nada.
Tomé la bicicleta y comencé a correr desesperado por Florida.
Quería expresar a alguien lo que en aquella sala había escuchado.

¡¡¡¡Había descubierto un planeta distinto!!!!!!!!!!!!!!!

Mi padre había muerto hacía pocos meses y aunque no era un músico profesional (sino taximetrista), poseía un gran talento: sin conocer una nota de música lograba tocar en poquísimo tiempo cualquier instrumento que llegara a sus manos; contaba con un oído musical absoluto además de una potente vena melódica para componer tangos, para los cuales escribía también las letras. Yo estaba seguro que si él hubiera escuchado a Marino Rivero se hubiera sentido muy feliz por la maravilla del arte de aquel hombre y hubiera comprendido el terremoto psicológico que en ese momento estaba pasando por mi ser.
Pero él ya no estaba…

Al otro día vi a Pacheco y me dijo: “Rivero fue alumno del gran Barletta”.
Le pregunté: “¿pero Usted me puede decir por qué el bandoneón suena distinto, como si fuera otro instrumento?”.
“Porque ellos tienen un conocimiento, un dominio absoluto del fueye que les permite no sólo tocar abriendo y cerrando con la misma comodidad, virtuosismo (cosa que nosotros, bandoneonistas del tango no logramos), sino que además lo hacen manteniendo la misma calidad de sonido!!!”.

Fui a Montevideo y me compré la partitura de la Toccata y Fuga en Re menor de J.S.Bach
junto a un librito que contaba la vida de Bach.
Lo conservo como a una Biblia.
Ésa era una de las obras que había tocado Rivero y que no me dejaba dormir por aquel arte contrapuntístico y la sonoridad que desbordaba de aquel bandoneón.
Comencé a practicar cuando dejaba mi turno de trabajo en el Tango Bar (a veces a las cuatro de la mañana) con el bandoneón en toda su extensión, abriendo y cerrando.
Pero Pacheco tenía razón: era inútil, sin conocer los secretos de la respiración del fueye; yo no podría lograr que los laberintos de esa armazón de cartón me dieran aquel sonido impreso en mi mente; no tendría el privilegio de hacerlo sonar como lo hacía sonar René Marino Rivero.
Comenté a Pacheco: “me han dicho que Rivero no enseña.......me doy por vencido…buscaré en Montevideo un buen profesor de armonía y contrapunto y trataré de desarrollar ideas musicales que tengo y que quiero poner en práctica con el “Trío Tango de Avanzada”, que tenía en ese momento junto a Ricardo León (piano) y Cono Castro (bajo eléctrico). Paralelamente yo estaba fascinado por otras dos cosas: “Fugata” del gran Piazzolla y las interpretaciones de tangos tradicionales por el extraordinario "Sexteto Tango".


A los pocos meses, después del gran éxito, Rivero vuelve a Florida.

Absolutamente esta vez yo no podía asistir al concierto.
Desde temprano, ese día ya me había resignado a esta imposibilidad, envidiando a las personas que podían concurrir. En torno a las 22 hs , mientras estaba sirviendo una mesa en el bar restaurant, quedé paralizado: me encuentro a Rivero detrás de mí y una voz que decía: "Maestro: le presento a este botija que también toca el acordeón".

Yo no sabía qué hacer; si esconderme o salir corriendo del local. Además de la vergüenza de decir a Rivero que yo tocaba el bandoneón, este señor había dicho acordeón, instrumento que nosotros, la gente del tango, por honestidad lo confieso, un poco lo desestimábamos por su timbre más allegro y por sus menores posibilidades expresivas y porque generalmente lo tocaban aficionados, como pura diversión después de las tareas en el campo.
Pero inmediatamente me entró el orgullo criollo y dije: "yo no toco el acordeón, sino el mismo instrumento del Maestro, auque no toco como él y sólo ejecuto tango." Entonces Rivero me dio la mano y me dijo : " Por favor, no se preocupe, cada cual con su arte".
Estaba tan avergonzado que no quise atender la mesa donde se sentó a cenar Rivero con su esposa, la gentilísima Señora Olga.

Y aquí tengo que hacer una paréntesis: mas tarde convirtiéndome en alumno de Rivero, tuve, naturalmente, la posibilidad de conocer a la Sra. Olga: no podía ser de otro modo: junto al gran artista había una gran mujer, en la trama de aquel arte único no había solo un hombre con un talento e inteligencia admirables, sino también una mujer de igual inteligencia y sensibilidad exquisita !!!

Pasaron algunos meses y llegó el 1973, año triste de tensión por tantas vicisitudes sociales y políticas que estaba atravesando el Uruguay, llegando, sin que nos diéramos cuenta, con un silencio terrorífico, la maladada dictadura militar. Fui a Montevideo y ayudado y contenido por mis queridísimos tíos Juan y Diadema- quienes mas tarde, junto a la extraordinaria Susana Prunés, mi gran amiga, tanto me impulsaron y estimularon en mis estudios, me puse a buscar un maestro en Armonía.
Así llegué al prestigioso y extraordinariamente sapiente Guido Santórsola (Italia 1904- Montevideo 1994).
Santórsola representa la formación de gran parte de los músicos uruguayos que se han destacado de algún modo dentro y fuera del Uruguay. Era lo que podemos llamar la música personificada.
Nunca más conocí un oído musical como el suyo.
Además de todo esto fue para mí como un padre espiritual durante los últimos años de su vida.
Desde que me radiqué en Italia, en 1980, no hubo un día en que desde el Uruguay yo no recibiera una carta de él….

¿ ........ Qué tocas, me preguntó, aquel día en su casa. El bandoneón respondí. Pero qué música tocas, te pregunto. Toco tango, pero también me gustaría tocar clásico como Rivero. Y entonces por qué no vas a estudiar con él? Porque me han dicho que no enseña.
Pavadas, pavadas, querido!!! Rivero fue alumno mío en composición; dile que te mando yo y que te enseñe las dos cosas: armonía y bandoneón.

Pocas horas después me encontraba tocando el timbre en la casa de Rivero, en Sayago.

Esperé para hacerlo porque sentí desde la vereda aquel maravilloso bandoneón.
De nuevo qué emoción !!! El maestro enseguida quiso escucharme; le toqué "Mala Junta" con arreglos del gran Leopoldo Federico. Rivero rió y me dijo: “qué temperamento, lo hace trapo al bandoneón! Se ve que ha tenido un buen maestro! Pero si Usted está aquí es porque quiere tocar como yo, no? Entonces va a tener que olvidarse de algunas cosas para poder conocer otro bandoneón”.

No dormí en toda la noche; de nuevo aquel, su bandoneón, me resonaba en la cabeza.

Desde aquel momento no ví las horas deseando que llegara cada lunes para ir a tomar las lecciones con el gran Maestro. Pasaron pocos días y comencé a entrar en su mundo, un universo completamente desconocido. A veces, a propósito, llegaba dos horas antes a Montevideo (100 kilómetros de Florida) y me sentaba en un bar que estaba en el piso de abajo de su apartamento para escucharlo mientras él estudiaba.

Era otro mundo: allí escuchaba la Toccata de Grammatge, los Preludios y Fugas de Bach, piezas de los varios tomos del “Microkosmos”
de Bartók, sus propias obras... En aquella esquina se respiraba un aire distinto, hasta me parecía que las paredes de las casas y los árboles de la calle Bell hablaban un idioma desconocido influenciados por su bandoneón…

Yo volvía a Florida con una fuerza increíble y podía hasta trabajar dieciocho horas por día en el Tango Bar sin sentirlas y todavía reservar unos ratos al estudio. Sabía que me esperaba un premio: un mundo sonoro maravilloso, sólo tenía que seguir los consejos del gran Maestro. Un día Rivero me dijo: “deje de trabajar en ese bar y dedíquese exclusivamente al bandoneón. Es cierto, tendrá el peligro de morir de hambre, pero hágalo por el bien del bandoneón mismo”.
Me di cuenta que era un desafío.
Y lo acepté enseguida.
Que aquella maravillosa mente musical creyera en mis humildes posibilidades significaba la cosa más importante que en los dieciocho años de vida me hubiera podido ocurrir.
Si.
Admiré su coraje, su honestidad intelectual, su modo de desafiar continuamente la vida y una cosa y es aquí donde quiero llegar: su amor por el bandoneón, capaz de sacrificar cada cosa!!!
Rivero era un artista en todos los sentidos: tenía una mentalidad muy abierta, una mirada siempre atenta al futuro y cada paso que daba lo daba en base al bandoneón y a la música. Me parecía que hasta los vecinos de su casa formaban parte de su arte, ésta era mi sensación experimentada a través de una observación constante.

Rivero me hablaba con gran admiración del amor absoluto que Barletta demostraba por el bandoneón, y él, puedo garantir, no se quedó atrás en ésto.
Con Rivero aprendí que no bastaba ser un buen bandoneonista , sino que para aspirar a llevar al bandoneón a teatros de tradición de prestigio como hasta ese entonces solo Barletta y él lo habían logrado (Barleta fue el primero en llevarlo al Teatro Colón en 1970, después que había tocado en casi todo el mundo; solo él tiene este mérito), se necesitaba una preparación musical mayor, una cultura más amplia, mucho más: sacrificios en cada decisión que tomara, porque era el coraje del sacrificio que según él hacía la diferencia.
Si había que caminar 100 kilómetros con el bandoneón en mano sin parar y esto hubiera sido necesario para ganar batallas a favor del bandoneón mismo, él aconsejaba hacerlo sin la menor duda, y sin dejar al día siguiente de levantarse temprano, tomar unos mates y recomenzar enseguida con los ejercicios de técnica como única vía para llegar a ser lo que todavía no se era!!!


Entre el bandoneón y él no había una diferencia, había una completa simbiosis.

Yo lo observaba en cada movimiento, y puedo asegurar que hasta cuando enfundaba el bandoneón era distinto: parecía el padre que daba las buenas noches al hijo………

Creo que en Montevideo no quedó bandoneonista profesional que en cierto momento no haya sentido la necesidad de ir a estudiar con él. Todos, jóvenes y menos jóvenes estábamos fascinados por su talento !!!!!!!!!!!! Y si había algún bandoneonista que no estudiaba con él, lo mismo lo admiraba profundamente e iba a sus conciertos para después preguntarle: como era que el mismo instrumento pudiera sonar de otro modo.

Quiero destacar también que si bien Rivero había estudiado con Barletta, era distinto a Barletta, tanto en sonido como en musicalidad, y esto sucedía naturalmente; lo hacía natural el hecho de que él era lo que yo llamo un verdadero artista: uno con personalidad!!!
En un país como el Uruguay que no cuenta con tantos órganos, el bandoneón de Rivero realmente permitía a un vasto público entrar en contacto con Bach, Buxtehude, Haendel, Vivaldi, Frescobaldi…., y también con la música contemporánea, con su música propia, la cual por momentos daba la sensación de que uno estaba escuchando un cuarteto de cuerdas por las posibilidades técnicas y tímbricas que sólo él sabía explorar.
Si.
Puedo tranquilamente afirmar que nadie nunca en la historia de este instrumento ha experimentado más que Rivero las verdaderas posibilidades técnicas y tímbricas del bandoneón.


Durante los años 70 estos dos músicos produjeron muchas obras para el bandoneón, patrimonio que espero un día alguien se preocupe de publicar para el bien de la humanidad. Recuerdo las extraordinarias “Lunas” de Barletta
con aires de danzas folklóricas como el gato, el malambo, y otras.
Rivero, después de haber llegado también a experimentar con cinta magnética en los EE.UU., toma la vía del nacionalismo musical. Recuerdo perfectamente que él era un admirador profundo de Bèla Bartók, compositor que interpretaba maravillosamente en bandoneón.

Y aquí tengo que abrir otro paréntesis: Rivero y Lamarque Pons, para mí, son los dos nombres más altos de la música uruguaya con referencias a lo popular.
No digo compositores cultos con temáticas populares porque el adjetivo culto lo considero equivocado tratándose de arte.
En efecto, prefiero distinguir música de arte, y música de entretenimiento.
Ellos han sido los dos grandes exploradores de la música popular montevideana: tango, candombe y milonga. En otras palabras: música de arte con raíces en lo popular.

En 1976 yo ya había tocado el bellísimo concierto escrito por Rivero en el ‘67, en el Teatro Solís con la entonces Orquesta Sinfónica Municipal de Montevideo; sus “Introducciones y Danzas”, su "Despertar sobre la isla" y su "Movimiento de Tango" (de 1969). Toda su música me fascinaba por las ideas geniales y personalidad indiscutibles. El desbordante talento compositivo de este músico queda ya bien plasmado desde sus primeras obras del ’63 cuando estudiaba con Santórsola, exactamente con sus magníficas Introducciones y Danzas. Se trata de joyas musicales que yo pondría entre lo más importante producido hasta hoy originalmente para bandoneón. También su Concierto N° 1 (el cual toqué varias veces en Italia), es un ejemplo de diálogo originalísimo entre bandoneón y orquesta que los jóvenes aspirantes a compositores para bandoneón van a tener que tomar muy en cuenta si quieren vencer batallas con todas las de la ley.

En otras palabras: Rivero encarnaba la figura del músico que se pierde a partir del principio del novecientos. La de virtuoso y compositor juntas con la V y C mayúsculas !!!

Él y el guitarrista – compositor Abel Carlevaro, seguramente eran los dos músicos uruguayos que encarnaban todavía esta figura, sin olvidarnos de Barletta en Argentina que escribía por toneladas para un bandoneón virtuosísimo que solo él podía tocar !!!!!!!
Me hacen mucho reír (por no llorar) algunos jóvenes cuando ni siquiera lo consideran bandoneonista a Barletta porque no tocaba el tango popular.

Siempre digo que cuando hablemos de Rivero y de Barletta tenemos que pensar en un bandoneón superior, abierto a nuevas galaxias…
Si.
Hoy hay muchos jóvenes aspirantes a bandoneonistas que todavía no saben quienes eran Rivero y Barletta o más triste todavía: jamás sintieron hablar de ellos a los propios profesores.

Es como si un aspirante a pianista o violinista, auque después se dedique al jazz o a cualquier otro género musical, no hubiera escuchado nunca hablar de Rubinstein, Michelangeli, Glenn Gould, Szigeti, Francescatti, Rohn....

En 1977, comencé a estudiar composición con Guido Santórsola. En 1980 me vine para Europa y pude entrar todavía en "nuevos" mundos culturales; conocí varias tendencias compositivas y pude hacer también muchas reflexiones.

Un día del año 82 le escribí a Rivero: "querido Maestro, está en la literatura original el futuro del bandoneón. No era necesario que se lo dijera, él lo sabía mejor que nadie. Era lo que él y Barletta estaban tratando de obtener desde hacía tantísimos años. Pero lo que yo quería decir era otra cosa: lograr interesar a los más grandes compositores europeos para que escribieran para bandoneón. Mi sueño era interesar a un Penderecki, un Rihm, un Berio, por ejemplo.

Si estos compositores hubieran escrito para bandoneón, pienso que hubiese sido de gran ayuda a los tantos sacrificios de sus pioneros. Ni hablemos de lo que yo hubiera hecho para lograr que Dmitri Shostakovich (Rusia 1906-1975) hubiese escrito un Concierto o una Sonata para bandoneón………También pienso que si Hindemith, que era un gran admirador de Barletta, hubiera escrito algo para bandoneón las cosas hubieran tomado otro rumbo, y se hubiera realizado completamente el “sueño quijotesco de Barletta iniciado en los años 40”, como una vez escribió el gran crítico musical uruguayo W. Roldán.

En 1985, después de haber tocado yo en Italia ya con la Orquesta “Arturo Toscanini” de Parma el Concierto de Haendel en sol menor y el de Santórsola (originalmente para dos bandoneones), bajo la dirección de Donato Renzetti, teniendo la presencia en sala del gran Santórsola, y de ofrecer decenas de recitales en Catedrales como la San Marco en Roma y Teatros como el “Petruzelli de Bari”, me ví obligado a retirarme de la escena concertística por una gran afección reumática. Volví a tocar en diciembre del 93 y lo hice con mi viejo amor: el Concierto para Bandoneón y Orquesta Sinfónica de Rivero, con la Orquesta Sinfónica “Delle Romagne”que yo mismo había fundado en la pequeña ciudad de Forlimpopoli.
Yo ya había comenzado a componer mis Piezas Rioplatenses, todo visto todavía en una óptica prácticamente tonal, sin perder de vista la lección en materia armónica, rítmica y contrapuntística del talentoso Astor Piazzolla, que permitía, como todos sabemos, hacer un tango nuevo.

La dirección de orquesta me enseñó también muchísimas cosas desde el punto de vista interpretativo: entendí que si para obtener una cierta expresividad con el violín no hay que tener en cuenta si se deben hacer muchas arcadas para abajo, tampoco hay que tener en cuenta si sirve en bandoneón tocar mucho solamente abriendo. Y fue así que volví, claro, sin perder algunos recursos de la escuela de Barletta y Rivero, a tocar el tango como lo hacía antes, inspirado en los grandes de este género musical. Es así que siempre hice una distinción: una cosa es tocar la música rioplatense que requiere muchos acentos y por ende es mejor usar la fuerza de gravedad del fueye (casi todo abriendo) y otras son las exigencias cuando se enfrenta una literatura distinta. Por ejemplo: si un buen pianista toca Chopin, después tendrá que cambiar su técnica si quiere interpretar Bartók o Strawinsky.

Con esto quiero decir que la música de Piazzolla va tocada exactamente como él admirablemente la tocaba, usando mucho la válvula de modo de poder tocar casi todo abriendo.


La música de Rivero, de Barletta, la literatura barroca, y todas las obras contemporáneas para bandoneón que escapan del tango, van tocadas como lo hacían Rivero y Barletta, no solo con el dominio absoluto del fueye (abriendo y cerrando), sino dentro de un estilo específico. Escuchar la Toccata y Fuga por Rivero, su música, la música de Barletta o el Concierto de Haendel por Barletta mismo, son un regalo que el hombre puede hacerse comprando los discos de estos dos maestros, y si esto no fuera posible, sugiero entrar en Internet !!!
.
Ya dije que un día me tomaré todo el tiempo necesario para hacer un adecuado análisis histórico-cultural sobre el arte de Rivero y Barletta, poniendo particular atención a los gustos compositivos de los dos Maestros.

Por ahora sólo he querido recordar a estos dos fenómenos únicos del bandoneón, sin dejar de expresar también, que me duele enormemente la desaparición física de ellos, y que no entiendo absolutamente como la prensa argentina y uruguaya no ha dedicado más espacio frente a pérdidas tan importantes.

Hablo como uruguayo: Rivero es uno de los más grandes artistas que el Uruguay ha tenido en toda su historia.

¿Será posible que su muerte física quede en un segundo plano?.

Pienso que es hora de que los jóvenes sepan quién era Marino Rivero.

¡¡¡Un orgullo para el país!!!!!!!!!!!

Si.

Son pocos los jóvenes que lo saben.

¿Será posible que vivamos en un mundo (y me refiero a todo el mundo) en el cual yo me puedo llamar pianista porque logro tocar (y mal ! ) en piano, Oblivion?
¿Será posible que el mismo término pianista lo usen conmigo y al mismo tiempo con Horowitz, Gieseking, Cziffra?

Qué maravilla lo que puede traer el adelanto tecnológico; qué milagro lo que puede permitir la falta de tiempo que obliga al hombre a no detenerse para pensar, para reflexionar, para distinguir !!!

Todo está perfecto, todo podemos aceptar, pero, por favor, no perdamos de vista el verdadero arte, a sus referentes, porque sólo esto nos puede asegurar la verdadera cultura de un país!!!

El bandoneón tiene que seguir ganando batallas; no se puede perder lo que conquistaron estos dos grandes a través de tanto talento, amor, coraje y sacrificios.

Está, sobre todo en los jóvenes que aman el bandoneón, no permitir que las enseñanzas de Barletta y Rivero se pierdan en un universo sin tiempo para la reflexión, que no permite conocer profundamente, para poder colocar cada cosa en su justo lugar.

Héctor Ulises Passarella

21/1/16

Roberto Goyeneche

CON SU PARTICULARISIMO ESTILO, EXPRESO EL SIGNIFICADO EXACTO Y LA PRECISA CARGA EMOTIVA QUE CADA PALABRA REQUERIA. COMO POCOS, "EL POLACO" FUE UNA LEYENDA EN VIDA

Los orígenes de Roberto Goyheneche -tal su verdadero nombre- se entremezclan con la leyenda, una leyenda que él mismo contribuyó a forjar. Se sabe que vino al mundo el 29 de enero de 1926, en el barrio de Saavedra, y que fue su madre María Elena Costa. Pero, ¿quién era el padre? El propio cantor se encargó de informar que había sido Roberto Emilio Goyheneche -el pianista autor de Pompas, De mi barrio, El metejón y otros tangos-, lo cual resulta cronológicamente imposible; este músico había fallecido el 22 de abril de 1925, ¡nueve meses y seis días antes del nacimiento del cantor!

Pero aún "El Polaco" enmarañó más las cosas cuando le confesó a Oscar del Priore que, antes que él, habían existido otros dos Roberto Goyeneche: su padre (pianista) y su tío (bandoneonista), porque, según él, su abuela solía llamar Roberto a todos sus hijos. Y quizá no esté mal que así lo haya hecho; la leyenda suele rodear a los personajes fuera de serie y él fue uno de ellos. Pero, para intentar develar la realidad, digamos que, por el momento, los datos más confiables pertenecen al libro de Matías Longoni y Daniel Vecchiarelli El Polaco (1996), donde se da como progenitor a Emilio Goyheneche -fallecido el 14 de abril de 1931-, tapicero, hermano del ya citado Roberto Emilio y de Horacio, todos hijos de Luis Goyheneche.

Con su padre muerto cuando contaba apenas cinco años, debió compartir sus estudios primarios con el trabajo. Ya en su adolescencia, se ganó el pan como conductor de camiones, taxis y colectivos.

Fue en 1944 cuando se inscribió en un concurso organizado por Roberto Cassinelli y Raúl Outeda en el Club Federal Argentino, de Núñez, y obtuvo el primer premio, que consistía en un contrato como vocalista de la orquesta de Raúl Kaplún. Con ella debutó en Radio Belgrano y llegó a registrar algunos discos que no salieron a la venta. De modo que sus primeras grabaciones comercializadas datan de 1952, cuando pasó a la orquesta de Horacio Salgan, en la que compartió la faz vocal con Ángel "Paya" Díaz.

Su contacto con el "Paya" fue importantísimo, ya que sería uno de los modelos de su estilo final, como ya quedó dicho. Por otra parte, a Díaz también debía Goyeneche el apodo que todos le conocimos, "El Polaco". Diez composiciones grabó con Salgan, desde Alma de loca hasta Un cielo para los dos -ésta a dúo con su compañero vocal- entre 1952 y 1956.

A partir de entonces, pasó a la típica de Aníbal Troilo, aunque en un principio el gran bandoneonista no estaba demasiado entusiasmado con la estampa del intérprete: "¿Cómo voy a poner en la orquesta a un cantor de tango con pinta de cowboy?", solía decir. Finalmente, la calidad interpretativa de "El Polaco" pudo más que la indecisión del "Gordo" y el 7 de septiembre de ese año, inició sus grabaciones con "Pichuco", a partir de Bandoneón arrabalero, dejando algunos registros clásicos, como A Homero, El motivo, El metejón, ¡Cómo se pianta la vida! o La última curda.

Volver a poner en el tocadiscos Afiches o La última curda o Malena o Chau, no va más o cualquier otro tango desmenuzado palabra por palabra por Roberto Goyeneche es volver a oír un modo diferente de transmitir la música de Buenos Aires; es percibir, una vez más ese fraseo "casi bandoneonístico", como bien señaló Horacio Ferrer, esa manera de cantar "hasta los puntos y las comas", según lo vio acertadamente Aníbal Troilo.

Ese sorprendente modo de decir el tango tenía algo de Ángel "Paya" Díaz, de Floreal Ruiz y de Roberto Rufino, pero todo pasado a través del filtro de su talento. Y lo que Goyeneche hacía era pronunciar cada palabra con su exacto significado, con toda su carga emotiva, vale decir, "entablar un pacto de complicidad con el público", para recurrir a su muy apropiada frase.

Entre 1959 y 1960, a veces acompañado por el conjunto de guitarras de Héctor Arbelo, alternó sus actuaciones con Troilo con su labor como solista en las radios Del Pueblo, Libertad y Argentina, y grabó con Roberto Pansera. En 1960, también cantó acompañado por el cuarteto Troilo-Grela. En 1961, grabó con Los Modernos.

En 1963, cumplió sus últimas actuaciones con Troilo a la vez que cantó como solista acompañado por el trío Luis Stazo-Armando Cupo-Mario Monteleone, con el que llegó a grabar posteriormente. "¡Si no se va, lo echo!", le había dicho cariñosamente Troilo, empujándolo hacia la carrera de solista que "El Polaco" merecía. Luego de grabar Pa' que bailen los muchachos, el 18 de junio de ese año, Goyeneche y Troilo se desvincularon amistosamente. En 1967, Goyeneche ya era cantor de moda, iniciado ya su nuevo estilo, en el que el decidor comenzaba a reemplazar al cantor; a fines del año anterior, el director artístico de la Victor, Aquiles Giacometti, había tomado la iniciativa de promoverlo, en vista del éxito que venía obteniendo en las salas donde actuaba.

Desde entonces, "El Polaco" -siempre en calidad de solista- fue acompañado por Armando Pontier, Roberto Pansera, trío Baffa-Berlingier-Cabarcos, Orquesta Típica Porteña, Astor Piazzolla, Atilio Stampone, Raúl Garello, Osvaldo Berlingieri, Sexteto Tango, Carlos Franzetti, José L. Castiñeira de Dios, Osvaldo Pugliese, Julio Dávila y Néstor Marconi.

A partir de 1984, al margen de los bailarines, fue la gran sensación del espectáculo Tango Argentino en Europa y América. Su enorme popularidad y su condición de mito viviente lo llevaron a la cinematografía, para participar en dos películas de Pino Solanas, El exilio de Gardel y Sur. Eran ya los últimos tiempos de un Goyeneche mimado por la hinchada, convertido en Ciudadano Ilustre de Buenos Aires, pero su capacidad respiratoria notablemente reducida, lo cual no le permitía cantar más de cuatro tangos por presentación.

Sin embargo, seguía siendo esa leyenda a la que el tango le devolvía lo que él le había dado: Horacio Ferrer-Leopoldo Federico lo homenajeaban con El Polaco; Cacho Castaña con Garganta con arena, y Ernesto Pierro-Guillermo Mieres con otro tango también titulado El Polaco, que obtuvo el primer premio del Festival Cosquín en 1994, en la voz de Silvana Grégori. Poco después, pasadas las 14:30 del sábado 27 de agosto de ese año, el inmenso decidor calló para siempre su voz. Un diario comentó entonces: "Se fue el último gran cantor del tango". Y algo de eso había en realidad.

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